Confitería cordero
Los comienzos de la Confitería Cordero…
El fundador de esta confitería familiar se llama José Cordero Guirao, casado con Dolores de la Vega Domínguez, la cual fue la mano derecha y una pieza fundamental para la existencia de esta Confitería.
Corrían los años 30, en la radio se escuchaba a Bing Crosby, Salvador Dalí mostraba su obra “La persistencia de la Memoria”, en el cine se estrenaba King Kong y en nuestra liga solo jugaban 10 equipos. Mientras uno de nuestro protagonista, José Cordero, cortaba el pelo y afeitaba en su “barbería”, puesto entre comillas porque además de afeitar y pelar, vendía aceitunas, leche fresca y jabón, se ve que la trazabilidad no era como hoy en día.
Un día entro un Malagueño que se llamaba Antonio conocido como “el chaqueta”, en un principio solo fue a afeitarse pero mientras hablaban le propuso vender allí productos que el traía de la afueras de la ciudad, estos productos eran tortas, pipas, chucherías, pan de higo, entre otras cosas.
José no era partícipe de los cambios pero su mujer Dolores, sí que lo era, ya que ella ya se dedicaba a vender verduras y frutas con un canasto por la calle y le dijo a su marido que: ¿Y por qué no?
Entre afeitados y cortes de pelos vendía la nueva mercancía, y bastante bien. Cuando empezó a crecer el negocio, a José Cordero lo llamaron para alistarse en Alanís de la Sierra y tuvo que cerrar temporalmente la barbería. Dolores para poder subsistir se puso a vender desde de su casa situada en la calle Santa Clara, hoy en día Catalina de Perea. Lo más solicitado eran las tortas y el pan de higo que venían en cajas de maderas y vendía tantas que con dichas cajas se hizo un mostrador y abrió su pequeño negocio.
José volvió y de nuevo abrió la barbería y mientras él se dedicaba a la barbería Dolores se dedicaba a vender cada vez más productos, ya no solo era una barbería. Las redes Sociales de aquellos tiempos (el boca a boca) hizo que aparecieran más representantes con sus ofertas, y uno de ellos, Cristino Lobillo, ofrecía una que no pudieron rechazar.
Cristino ofrecía el mismo género pero con la diferencia, que podía dejarlo fiado hasta que vendiera todos los productos, mientras le comprase mayores cantidades. Por lo cual Dolores amplio el negocio, ya no solo vendía en la barbería sino también iba de casa en casa y a las ferias más cercanas, fue de tanto éxito que decidieron alquilar una casa en la Plaza de la Constitución (donde nos encontramos actualmente) a un matrimonio de Santander y allí montaron la barbería y la tiendecita de los comestibles, y en la parte de arriba vivían.
Pasaron los años y la cosa seguía creciendo tanto que José Cordero fue en busca de un buen amigo, Currito y Montes que era sacristán de Santiago y trabajaba en la Confitería Santa Ana y le propuso vender algunos dulces en la barbería, además de enseñarle a producir y elaborar pasteles. Así que empezó a cambiar poco a poco el masajear cabellos por masajear bollos, pero necesitaban un obrador.
A Dolores y José les ofrecieron una casa vacía en muy mal estado que se encontraba en el llamado callejón de las moscas que era una casa antigua de citas, justo detrás del antiguo kiosco Rosita para poder montar allí un obrador. A base de muchas horas y sacrificio limpio aquel cobertizo y con más ilusión que experiencia monto su horno de leña y los fogones para dar comienzo en plena guerra civil las primeras andaduras de la confitería.
Un día llego a Utrera un curandero de Jerez que se llamaba Alejo Muñoz que era confitero de Jerez y vio aquella Confitería tenia potencial pero que había que moldearla y decidió ayudar y dar sus conocimientos a cambio de comida, un techo y algo de dinero. Aquel obrador cambio por completo para bien, empezaron a confitar y hacer una bollería muy tierna, pasteles finos y tortas.
José Cordero dejo la barbería por completo para dedicarse al obrador y empezaron a elaborar las famosas Carmelitas que fue todo un éxito junto a unas tortas de leche. Todo se elaboraba a mano y sin motores porque no había luz de fuerza, para que os hagáis una idea el azúcar glass lo hacían en un mortero grande, que aún existe, y una batidora con a una manivela. Al cerrar la Confitería Santa Ana la mayoría de los utensilios fueron comprados, como los lebrillos, fogones y morteros.
Al llegar la luz de fuerza por los años 40 empezaron a montarse los primeros motores a las batidoras y empezaron a venir los primeros peroles eléctricos y por los años 50 compraron el horno eléctrico en San Sebastián que vino en tren y acarreado desde la estación en un carro de mulas que lo transportaba y que pesaba una barbaridad.
Dolores y José junto a sus tres hijas trabajaban muchísimas horas y a veces no cerraban esperando que cerrara las funciones del Teatro y estos fueron los principales y difíciles comienzos de esta Confitería que se llamaba Nuestra Señora de Consolación, pero que todos la conocían como “la Confitería de Cordero el Barbero”.